miércoles, 27 de marzo de 2024

Amor familiar (capitulo 7)



Cuándo abrí los ojos la luz entraba fuerte por las rendijas de la persiana. Noté nítidamente la presencia de mi hermana a mi lado durmiendo tranquila. Papá no estaba. Miré el reloj y vi que casi eran las nueve y media. Tenía la polla cómo un palo, y aprovechando que me daba la espalda, poniéndome un poco de lubricante en la polla la penetré el ano con cuidado. A los pocos segundos Marina estaba gimiendo.

Papá entró en la habitación con ropa de correr y sudando un poco, y miró lo que hacíamos.

—Te me has adelantado, —dijo riendo mientras activaba una de las cámaras de video que estaba encima de la cómoda—. Venia pensando en follarla.

—Tranquilo que termino pronto.

—Sin prisas que no se va a escapar.

Al rato me corrí. Cuándo terminé de saborear el momento, papá, que ya se había quitado la ropa de correr, se subió a la cama. La cogió por la cadera e inmediatamente la penetró desde atrás mientras yo entraba en el baño para una ducha rápida. La folló con fuerza, con energía, sin contemplaciones. Mientras con la mano derecha la sujetaba por la cadera, con algún azote esporádico, con la izquierda la tiraba del pelo forzando su cuello hacia atrás en una curva casi imposible. Su hija gritaba de placer, mucho más cuándo la mano derecha abandonó la cadera y se alojó sobre su clítoris. Cuándo se corrió, la dejó caer sobre la cama y sudoroso y de rodillas estuvo un rato contemplando su posesión más preciada: su hijita.

—¿Bajamos al sótano? —le pregunté—. Tenemos que colgarla por los pies.

—Por mí sí. Me gustaría que después de comer no dedicáramos a cosas más normales cómo que esté toda la tarde chapándonos la polla.

—De acuerdo: así descansamos.

—Pues voy a darme una ducha, —al oírlo Marina se incorporó rápidamente y saltó a los brazos de papá: casi lo derriba. No lo hizo porque papá esta cachas. Ni por asomo es Schwarzenegger, pero marca abdominal. Riendo, salió de la cama con ella en brazos y entraron en el baño. Antes de bajar, coloqué una cámara para gravar sus juegos en la ducha que fueron muy interesantes por lo que ví cuándo, días después, edité los videos.

Cuándo llegaron al sótano ya lo tenía todo preparado. La calefacción estaba alta. La tumbamos en el suelo y la colocamos las tobilleras especiales para colgar: papá una y yo la otra. Las enganchamos a una barra espaciadora y pasamos el gancho por la argolla. Después, la colocamos las muñequeras y empezamos a subirla con el polipasto. Lentamente se fue elevando y Marina colaboró ayudándose con las manos. La coloqué un collar de cuero y la sujete las muñequeras por detrás de la nuca. La posición estiraba su cuerpecito hacia abajo encogiendo y ahuecando su vientre, marcando su caja torácica y abultando su vagina que ahora se mostraba aun más esplendorosa. Sus exiguas tetillas desaparecieron definitivamente en la superficie ondulada de sus costillas. Su maravillosa vagina se presentaba expuesta a la altura de nuestros rostros y los dos acudimos cómo las abejas a las flores. Después de estar unos minutos libando en su chochito, con las pollas en su adorable boca y con Marina gozando cómo una perra, cogimos los flagelos y empezamos un castigo sistemático. Yo por la espalda y papá por delante, en ocasiones centrándose en la vagina. Mi hermana gritaba a pleno pulmón.

Dejé el flagelo y mientras papá seguía trabajando, cogí una pinza y retrayéndola el capuchón del clítoris la coloqué. El maravilloso puntito brillante quedó expuesto y después de chuparme el dedo empecé a estimularlo. Mi hermana arqueó la espalda y alcanzó el orgasmo más fuerte hasta el momento. El primero de muchos porque empezamos a centrarnos en el.

Papá empezó a centrarse con el flagelo en la zona vaginal de Marina que berreaba con los impactos sobre su clítoris. A continuación, dejó el flagelo y la introdujo una bola china en la vagina activándola. Después, la colocó una mordaza de bola en la boca y a los pocos minutos interminables hilillos de babas llegaban hasta el suelo. Papá se arrodilló y estuvo besando con detenimiento el tórax de su hija mientras yo, desde atrás, me saciaba con su zona genital. Mi lengua la recorría incansable desde al clítoris al ano que se expandía y se contraía con los orgasmos.

Empezamos a utilizar todo el arsenal de dildos, consoladores y vibradores de que disponíamos. También los electro estimuladores y cuándo al final de la mañana vimos que Marina casi no reaccionaba, decidimos bajarla y terminar la sesión follándola.

Cuándo llegó al suelo, la ayude sujetándola hasta que quedó tendida, dejándose hacer. La quitamos las tobilleras y las muñequeras y cogiéndola en brazos la llevé a la cama. Con un gesto papá me preguntó si los dos a la vez y afirmé con la cabeza. La puso a cuatro patas y la metió la polla en la boca mientras que yo, situándome detrás la penetré por la vagina. Se notó que mi hermana estaba agotada porque, aunque disfrutó mucho, los orgasmos no fueron tan intensos. Reconozco que me dio pena, porque la quiero tanto que mi deseo es hacerla disfrutar plenamente en todo momento, aunque según me reconoció tiempo después, el solo hecho de ser “usada” por los hombres más importantes de su vida, ya la proporcionaba un placer inmenso.

Finalmente nos corrimos. Yo primero y eso me sirvió para pitorrearme de mi padre.

—Estás mayor, viejo.

—No te equivoques, es que aguanto mucho, —dijo papá riendo mientras su hija le trabajaba la polla. Por fin se corrió, después de que mi hermana le metiera un dedo en el culo para ayudarle. Los dos nos quedamos con los ojos cómo platos: jamás lo había hecho.

—¿Por qué no subís a ducharos mientras preparo algo para comer? —nos propuso papá. Afirmé con la cabeza mientras la payasa de mi hermana se tumbaba bocarriba con los brazos extendidos: su intención era clara.

—Que yo no estoy tan cachas cómo papá, —dije riendo al tiempo que pasaba los brazos por debajo de su cálido cuerpecito—. Espero que no nos rompamos la crisma.

La levanté y subí los dos tramos de escalera hasta el dormitorio y el baño. Entre juegos y carantoñas me duche y la duche a ella. Cuándo bajamos, papá ya lo tenía todo preparado.

—He abierto unas latas y he hecho unos huevos, —nos informó.

—Por mi vale, —dije sentándome en la silla. Marina sin decir nada hizo lo mismo. Cogió un trozo de pan y empezó a mojarlo en el huevo.

—¿Tienes hambre mi amor? —la preguntó papá. Su hija afirmó con la cabeza—. ¿Quieres que te prepare algo más? —y negó con la cabeza, pero señaló el vino. Con una sonrisa papá la sirvió un poco en un vaso.

—¿Qué hacemos esta tarde? —pregunté a papá.

—Yo preferiría tranquilidad, que menuda semana llevamos, —respondió papá.

—Sobre todo estos dos últimos días.

—Podríamos hacer un maratón de series, —y mirando a su hija la preguntó—: ¿qué opinas mi amor?

—¿Voy a poder comeros la polla? —preguntó riendo y ante la afirmación de papá, añadió—: entonces si… si las series son del espacio, —había veces que Marina hablaba que no parecía que tenía quince años, que era mucho más adulta.

—¿Discovery, perdidos en el espacio…? —pregunté.

—Esas dos genial: me encantan.

—Pues entonces voy a darme una ducha rápida, —dijo papá levantándose y empezando a recoger la mesa.

—Deja eso pápa: ya lo hago yo, —dijo mi hermana levantándose también—. Vete a duchar.

—A la orden cariño, —dijo papá cuadrándose y saludándola militarmente. Después se puso a achucharla mientras la morreaba lo que provocó que la polla se le disparara.

—¡joder pápa! —exclamó Marina separándose. Le cogió la polla y tirando de él le llevó hasta la puerta de la cocina riendo—. Anda, tira para arriba.

A los pocos minutos bajó y ya estábamos en el salón. Yo preparando unas copas y mi hermana conectando con las plataformas y buscando algo. Papá cogió su vaso y se sentó junto a su hija pasándola el brazo por los hombros. Yo lo hice al otro lado.

Casi hasta la hora de cenar estuvimos viendo la tele. Solo paramos un par de veces cada uno para echar a mi hermana un par de polvos. Y es que estuvo todo el tiempo jugueteando con nuestras pollas: con las manos, con la boca y con los pies.

A eso de las ocho de la tarde, y mientras en el exterior empezaba a nevar con fuerza otra vez, preparamos algo para cenar y nos sentamos en la mesa de la cocina.

—Mañana deberíamos irnos pronto, —dijo papá mirando hacia la ventana—. Si es que podemos.

—Cuándo nos levantemos y recojamos la casa nos podemos ir, —dije—. Con un poco de suerte podemos comer en casa.

—Antes de irnos también tenemos que ocuparnos de tu hermana, —dijo papá mientras Marina afirmaba con la cabeza.

—De acuerdo. Nos despertamos, nos ocupamos de Marina, recogemos todo, nos volvemos a ocupar de Marina y nos vamos, —mi hermana levantó el pulgar mientras bebía del vaso de vino que papá la había servido.

—La verdad es que tengo ganas de llegar a casa y recobrar la normalidad, —dijo papá pensativo—. Tengo la polla un poco inflamada y escocida.

—Y eso que usamos lubricante: a mi me pasa lo mismo.

—La verdad es que no veo mayor muestra de amor hacia ella que follarla a todas horas, —papá la acarició con la mano y Marina se la cogió y metiéndose uno de los dedos en la boca empezó a chuparlo—. Pero que cabrona eres, —mi hermana soltó una carcajada mientras papá la rodeaba el cuello con el brazo y simulaba que la ahogaba—. Mereces un castigo: por lista.

Se levantó y salió de la cocina con la polla dura por la chupada de dedo de mi hermana. Regresó con unas bolas vibradoras y cogiendo en brazos a su hija la deposito sobre la mesa. La separó las piernas y la introdujo las bolas en la vagina. Después, las activó con el mando que llevaba en la mano y cuándo empezó a gemir, que fue rápido, la cogió en brazos—. Abre la puerta del jardín, —me dijo y levantándome lo hice. Salió al exterior y dejó a mi hermana descalza y desnuda sobre la fría nieve. Después regresó al interior mientras que yo encendía la luz del jardín y me ponía a grabar con el móvil: no había subido las cámaras del sótano, y esta acción de papá me pilló desprevenido.

Desde dentro veíamos cómo la nieve caía sobre ella que rápidamente empezó a temblar. Papá la enseñó el mando y aumento la intensidad de la vibración y Marina se encogió un poco llevándose la mano al chocho. La hizo una señal para que se girara y nos mostrara el trasero y nuevamente se puso de cara a nosotros.

Estuvo más de cinco minutos ahí fuera, hasta que ante nuestro asombro, comprobamos que tenía un ligero orgasmo. Entonces, papá salio al exterior y cogiéndola en brazos otra vez la metió para dentro. En sus brazos, temblaba cómo un pajarillo desvalido mientras la sacaba primeros planos con el móvil.

Le dije a papá que se quedara quieto dónde estaba que iba a bajar a por las cámaras y cuándo regresé seguí filmando con una de ellas. Les seguí mientras que, con ella en brazos, subió por las escaleras y llegaba al dormitorio. La tumbó sobre la cama y con una toalla que había en ella, restos de batallas anteriores, la estuvo secando mientras seguía tiritando de frio.

Después, se tumbó a su lado y atrayéndola la levantó la pierna pasándola por encima de él y la penetró. Me hizo un gesto elocuente para que me tumbara con ellos y después de colocar las cámaras en sus trípodes, así lo hice. Me puse un poco de lubricante y la penetre por el ano. Al poco tiempo, Marina estaba chillando de puro placer y los orgasmos empezaron a encadenarse. Fueron muchos porque tardamos un montón en corrernos. Cuándo terminamos, mi hermana estaba empapada de sudor: había entrado en calor.

Al día siguiente nos levantamos tarde. Tanto que decidimos no desayunar y dedicarnos a los juegos matutinos con mi hermana. A eso de las doce empezamos a recogerlo todo para irnos. Cerramos la casa y nos fuimos a comer a un mesón del pueblo y después, directos a casa: la Semana Santa había finalizado.


viernes, 15 de marzo de 2024

Amor familiar (capitulo 6)

 



—Bueno, dime que es lo que has preparado para nosotros, —le dije mientras le daba la copa y me sentaba en la cama junto a mi hermana, con la espalda en el cabecero.

—No es que haya preparado nada hijo, pero tengo unos recursos que, si estáis de acuerdo, os pueden venir bien: al final la decisión será vuestra, —respondió papá acercando una silla a la cama y sentándose.

—Vale, vale: cuéntame.

—Sabéis muy bien que en la empresa tengo un sueldo muy bueno. Un sueldo que nos permite vivir muy bien. Lo que no sabéis es que durante todos estos años ganaba mucho más. Todas esas horas que me tiraba en la empresa, en realidad eran retribuidas, pero de cara a vuestra madre no.

—¿Mama no sabía nada? —pregunté interesado.

—No tenía ni idea: ella pensaba que era dedicación exclusiva. El caso es que tenía un acuerdo con el CEO, que tengo amistad con el, y ese dinero me lo facturaban aparte y me lo ingresaban en una cuenta distinta de la que tu madre no sabía nada. Ese dinero lo tengo en fondos de inversión de bajo riesgo que me rentan entre un 4 y un 5%, y los benéficos pasan a capital después de impuestos.

—¡Joder papá! A ver si ahora vas a ser el Bill Gate, —bromee.

—No llego a tanto, —dijo riendo—. El caso es que cuándo me dijiste que querías estudiar economía de inversión, empecé a darle vueltas. Mucho más cuándo Marina me dijo que lo que quería estudiar cuando fuera a la uni era algo encaminado a lo mismo.

—Sí, quiere hacer dirección de empresas, —añadí mientras mi hermana se incorporaba interesada por la conversación y apoyaba la espalda en mi pecho.

—He pensado que cuándo terminéis los estudios, podríamos crear una sociedad limitada, una pequeña sociedad de inversión, dónde los tres seriamos socios y que dirigiréis los dos: primero tu claro y luego Marina. Eso os aseguraría el futuro y seriáis vuestros mismos jefes.

—Suena bien, pero pensaba que querrías enchufarnos en tu empresa, —dije.

—Eso no es problema, además ya lo hablé hace tiempo con el CEO, pero esta opción la veo mejor.

—A mí me gusta la idea, —dijo Marina—. Me atrae la idea de trabajar en bolsa, comprar y vender acciones, esas cosas.

—Tiene un simulador de bolsa y todos los días está un rato trabajando con eso: se la da muy bien, —añadí achuchándola con cariño.

—Pues si se te da tan bien, empieza con dinero real: tenemos sin tocar la indemnización de tu madre.

—Esa Web tiene la posibilidad de utilizar dinero real con una comisión claro esta, —añadí.

—Pasa diez mil euros de la cuenta familiar y empieza a trabajar, pero no te agobies. La economía de inversión es un campo de minas. Hay que huir de los que te prometen doblar la inversión en tres o cuatro años. Actúa con tranquilidad, sin prisas.

—Vale, nos has convencido. ¿De cuánto dinero estamos hablando? Porque eso es importante.

—Ahora mismo tengo cuatro millones y medio.

—¡No jodas papi! —exclamó mi hermana.

—Supongamos que os ponéis unos sueldos de setenta mil pavos anuales cada uno. Si conseguimos unos beneficios de un 6%, cubrís vuestros sueldos y salváis el IPC para que el capital no pierda valor. Si tenéis más beneficios, pues mejor, pero sin correr riesgos, —papá miró a su hija y la preguntó—: ¿qué tal te encuentras, seguimos?

Marina asintió y se puso de rodillas en la cama extendiendo los brazos hacia papá que la abrazó cariñosamente y la estrujó un poco mientras con la mano la acariciaba el trasero. Después, la cogió en brazos y la llevó debajo del gancho y la deposito en el suelo. Yo, que ya tenía la barra espaciadora en la mano, enganché los mosquetones de las muñequeras a los extremos de la barra y la colgué del gancho. Papá empezó a subir el polipasto y poco a poco el cuerpo de Marina se fue estirando y sus costillitas fueron apareciendo. Finalmente, sus pies se separaron del suelo y papá siguió subiendo hasta que llegó al tope. Así pudimos ponerla otra barra espaciadora en las tobilleras con más comodidad. Después, la bajó un poco para sujetar la barra con una cadena a la argolla del suelo. Cogí el flagelo y empecé a azotarla por detrás con suavidad, pero sistemáticamente. Mientras tanto, papá la vendó los ojos, y la amordazó con una de bola. A continuación, la colocó unas pinzas en los pezones que llevaban tornillo de ajuste. De ellas, enganchó unas cadenitas que terminaban en una campanita.

Se arrodilló entre sus piernas, y después de besarla detenidamente el chochillo, la retrajo el capuchón del clítoris y la colocó una pinza de la ropa. Después, de los labios vaginales colocó dos pinzas de dónde colgó unos pesos de plomo que los estiraron hacia abajo, creando un gracioso hueco dónde inmediatamente papá metió el dedo.

Mi hermana se retorcía de placer por los latigazos y por la acción de papá. Al cabo del rato me sustituyó con el flagelo mientras yo empezaba a trabajarla por delante con un vibrador. Se lo metí en la vagina y a los pocos segundos ya la provoque el primer orgasmo. Siguieron un segundo y un tercero, y en este último se la escapó incluso un poco de orina.

—No nos hemos dado cuenta, pero lleva todo el día sin orinar, —le dije a papá mientras mi hermana se recuperaba. Salí de la habitación y a los pocos segundos regresé con un viejo cubo y lo coloque justo debajo de ella. Cogí la cámara de video y la animé a orinar. Gravé un primer plano del chorro saliendo de su origen y después con un pañuelo de papel la limpié.

Seguimos un buen rato con los flagelos y los vibradores hasta que papá preguntó—: ¿usamos el otro electro estimulador? Ya sabes: el otro.

Asentí, y cogí el maletín dónde estaba guardado. Lo abrí y cogí el cuerpo central y lo enchufe a la electricidad. Después cogí uno de los complementos de cristal y lo conecté. Al apretar el interruptor se iluminó con un tono naranja. Lo acerqué al sudoroso cuerpo de mi hermana y empecé recorrerlo. Se retorcía intentando huir cuándo sentía el contacto ya que con los ojos vendados no veía dónde se iba a producir. La rodee la cintura con el brazo para inmovilizarla y la acerqué el electrodo a la zona genital. Papá sacaba primeros planos de los pequeños hilillos de energía que se producían en proximidad con la piel de Marina que no paraba de berrear: la mordaza de bola no la dejaba gritar como a ella la hubiera gustado. Quité el electrodo y coloqué uno que tenía forma de falo y se lo ofrecí a papá. Cambiamos de manos la cámara y el electrosex y rodeándola también con el brazo empezó a aplicarla en electrodo. Lentamente se lo fue acercando a la vagina y después de trabajarla los labios vaginales aplicándolo a las pinzas, lo puso a la entrada de la vagina y poco a poco lo fue introduciendo. Una vez dentro, lo empezó a mover mientras su hija se retorcía hasta que finalmente, su cuerpo se crispó y se corrió mientras babeaba copiosamente y las campanitas sonaban un poco molestas.

Mi hermana se quedó cómo en trance y papá la sacó el electrosex. Marina respiraba pesadamente y sus costillas se expandían trabajosamente mientras papá la besaba por todas partes. Miré el reloj y le pregunté—: ¿Y si lo dejamos por hoy? Son casi las siete.

—Vale, pero después de todo esto hay que follarla porque tengo la polla que me va a salir disparada.

—Pues igual que yo: ¿doble penetración?

—¿Quién la da por detrás? —preguntó papá después de asentir.

—¿A cara o cruz? —papá asintió—. El que gane elige.

Cogí una moneda y la lancé al aire, y sin necesidad de hacer trampas gané yo. Mientras la soltaba las tobilleras, papá la quitó las pinzas con los pesos, pero la dejó la que la oprimía el clítoris. A continuación, la bajamos hasta el suelo y mientras papá la sujetaba por la cintura y la quitaba las pinzas y las campanitas de los pezones yo la solté las muñecas. Marina estaba cómo desvanecida, pero la conozco y sé que era postureo: la encanta sacar su vena de actriz. Se quejó un poco cuándo la sangre regresó a los pezones y papá se los masajeó. Después, la quitó la mordaza y la venda de los ojos, la cogió en brazos, la depositó sobre la cama y se tumbó junto a ella. Se aplicó un poco de lubricante en la polla y manejándola con facilidad puso a su hija sobre el y la penetró. Me situé detrás de ellos y mientras me aplicaba lubricante en la polla Marina ya estaba gimiendo de placer. Puse un poco en su ano y agarrándola con suavidad por la cadera empecé a penetrarla. Que placer sentir su orificio anal abrazándome la polla. Empecé a follarla con parsimonia mientras mi hermana ya estaba desatada gimiendo a pleno pulmón. Empezó a encadenar orgasmos y cuándo papá notó que no aguantaba más y se iba a correr, la incorporó un poco, metió la mano y la quitó la pinza del clítoris. Tuvo uno tan fuerte que ahora si que la dejó medio adormecida. A los pocos segundos también me corrí. Me eché hacia un lado mientras que papá se giraba también. Así nos quedamos unos minutos mientras mi padre por delante y yo por detrás la llenábamos a besos mientras Marina sonreía complacida.


 

Subimos a la cocina con mi padre con su hija, que seguía en modo actriz, en brazos.

—¿Tienes hambre mi amor? —la preguntó y Marina asintió enérgicamente con la cabeza.

—No me extraña: a medio día no ha comido.

—¿Qué te apetece? —volvió a preguntarla.

—Chuletas.

—Están congeladas, —dije al oírla.

—Las descongelamos. Si mi nena quiere chuletas tendrá chuletas, —y mirándola añadió—: sube a ducharte cariño mientras lo preparamos.

Besó a papa y bajando de sus brazos salio andando despacio en dirección a la escalera. Se la veía un poco maltrecha, pero feliz. Los dos hombres de su vida había estado todo el día haciéndola gozar.

Cuándo bajó del baño, ya lo teníamos todo preparado y nos sentamos a cenar. Marina devoró sus chuletillas más que comió. Lo acompañó con una copa de vino aunque la mayor parte la dejó para el final. Recogimos los platos y nos fuimos al salón. Mi hermana se sentó en el sofá mientras papá y yo nos subimos para darnos una ducha rápida.

Cuándo bajamos, nos encontramos a Marina tumbada a lo largo en el sofá, un poco despatarrada mientras con el dedo se acariciaba el clítoris. Papá la cogió en brazos y levantándola se sentó en el sofá mientras preparaba un par de copas y me sentaba a su lado. Después la depositó suavemente sobre las piernas de los dos. Así estuvimos un rato largo, saboreando las copas y con el para nosotros fascinante cuerpo de mi hermana sobre nuestras piernas. Mientras bebíamos, nuestras manos reposaban sobre su piel y Marina, permanecía con los ojos cerrados saboreando también, a su manera, el momento.

Papá la metió los dedos en la boca sin la menor oposición de su hija y durante unos momentos la estuvo explorando.

—Definitivamente hay que ponerla un piercing en la lengua.

—¿Uno o dos? —le pregunté, pero fue mi hermana la que contestó enseñándonos dos dedos de la mano izquierda: su boca seguía ocupada con los dedos de papá—. Decidido: dos.

Papá se echó a reír, la sacó los dedos e incorporándola un poco la morreo intensamente. La separé las piernas y empecé a acariciar la vagina—. ¿Y en el clítoris? —le pregunté.

—Yo preferiría que no. Ya te he dicho que no quiero encontrarme trozos de metal cuándo me estoy comiendo su maravilloso chochito, —Marina levantó el pulgar—. Me atrae más la idea de las marcas. Podemos hacer unos hierros de marcar con nuestras iniciales.

—¿Y dónde se lo ponemos, en el trasero?

—Y si vamos a la pisci o a la playa se la va a ver. En fin, ya lo decidiremos. Vámonos para arriba que creo que tu hermana se está apagando.

Efectivamente, cuándo mi hermana se duerme, se duerme. Me levanté, pero Marina no hizo ademán de hacer lo mismo. Siguió sobre las piernas de papá. Este se echó a reír y la cogió en brazos, se levantó y subió por la escalera hacia el dormitorio. Cómo una actriz melodramática, iba con los brazos colgando igual que su cabellera. Papá aprovechaba y la atraía hacia si para besuquearla el cuello. La depositó sobre la cama, junto a mi que ya estaba tumbado. Rápidamente, la subí sobre mi y la penetré mientras papá se situaba detrás de ella untándose la polla con lubricante. Cuándo notó el miembro de su padre presionando su entrada anal, Marina empezó a gemir incluso antes de que se abriera paso hacia su interior. Cuándo por fin pasó el glande, sus gemidos aumentaron después de soltar una pequeña queja.

Mi hermana se incorporó un poco apoyando las manos en mi pecho mientras papá la mantenía agarrada por la cadera. Unos minutos después me corrí y a los pocos segundos lo hizo mi padre. Marina para entonces ya lo había hecho dos o tres veces: es una maquina.

Finalmente, papá salió de ella mientras permanecía sobre mi. Cogió una toalla y la estuvo secando el sudor. Con mucha delicadeza la eché hacia un lado y automáticamente se quedó dormida. Se tumbó a su lado, nos arropamos e hicimos lo mismo que ella.

Mañana seria otro intenso día.


jueves, 7 de marzo de 2024

Amor familiar (capitulo 5)

 


 

Por fin llegó el viernes y Marina estaba de los nervios. A las ocho de la mañana ya estaba dando el coñazo. Sentada en la cama entre los dos, nos chupaba la polla alternativamente. Papá se reía, pero a mi no me hacia ni puta la gracia: me cuesta trabajo despertarme. Papá, que lo sabía, la atrajo hacia si y la estuvo morreando. Mi hermana intentó montarle, pero papá lo impidió.

—Venga mi amor, —dijo papá dándola un azote en el trasero—. Vete a duchar mientras preparo el desayuno y tu hermano se despierta. Y no quiero que te toques.

Mi hermana saltó de la cama y poniendo cara de contrariedad cuándo escuchó la última frase entró en el baño después de sacarle la lengua.

Después de desayunar, bajamos al sótano. Con el nuevo muro la situación de la sala de juegos había mejorado ostensiblemente. Todavía olía un poco a obra, pero casi no había rastro de humedad: desde que llegamos el domingo, los nuevos radiadores habían estado permanentemente conectados a toda pastilla y además, papa había puesto un pequeño ventilador en la puerta para ventilar. Ahora era ya el momento de quitarlo y bajar la intensidad de la calefacción.

También habíamos instalado las cámaras con las que grabamos la perdida de la virginidad anal de Marina, aunque una la colocamos en un trípode con ruedas para poder moverla por la estancia. Queríamos estar los dos libres para hacer lo que queramos. Lo único que temíamos era que se nos fuera la mano. Por eso la noche anterior llegamos al acuerdo de no producirla ninguna herida con sangre… salvo excepciones.

La próxima vez que vengamos hay que pintar, —dijo papá mirando el muro nuevo mientras preparaba las muñequeras y tobilleras de Marina.

—¡No jodas! —exclamé contrariado—. ¿Y no lo vamos a poder usar?

—Tranquilo, —respondió riendo—. Lo pinto antes de regresar a casa: no tardo nada.

—Que susto, —dije abrazando a mi hermana por detrás mientras la ponía la mano en el chocho y la besuqueaba el cuello—. Me he hecho adicto a esta preciosidad de quince años.

—A mi me pasa lo mismo, —dijo papá riendo arrodillándose para ponerla las tobilleras. Mientras, mi hermana estaba a lo suyo a punto de llegar a un orgasmo por la acción de mi mano—. ¿Me crees si te digo que no miró a ninguna mujer?

—Claro que sí, a mi me pasa lo mismo, —respondió papá acariciándola los pies—. Estos pies me los tengo que follar… de alguna manera.

—¡Joder papá! Que te haga una paja con ellos.

—No, no, me los quiero follar yo, no que me pajeé: ya experimentaré, —dijo mientras cogía el mando del polipasto y lo accionaba para bajar el gancho. Marina lo miraba fijamente mientras lo bajaba.

—Estoy pensando que antes de esto la podíamos poner en el potro: ya me entiendes, —le dije a papá señalándole con la mirada los látigos que habíamos colgado de la pared.

Papá asintió y cogiéndola de la mano la acercó al potro. La hizo separar las piernas y se agachó para sujetar las tobilleras a las patas del mueble dónde habíamos instalado unos mosquetones. Mientras, la hice inclinarse hasta que quedó con el vientre sobre el. Después, con una cuerda até las muñequeras a las patas porque cómo era tan pequeñita no llegaba hasta abajo, pero lo teníamos previsto.

Cogimos un flagelo de piel cada uno y sin pensarlo empezamos a flagelar a mi hermana alternativamente y sin espaciar el castigo. Primero nos centramos en el trasero para calibrar la intensidad porque queríamos enrojecer su blanca piel, pero no provocarla verdugones. Marina chillaba a pleno pulmón y decidimos ponerla una mordaza de bola que amortiguara un poco sus gritos. Continuamos y fuimos subiendo hacia los riñones y la espalda. Después, me situé detrás de ella y haciendo girar las tiras del flagelo empecé a azotarla la vagina mientras papá seguía trabajando los riñones. Unos minutos después, cambié mi posición con papá, me coloqué junto a su cabeza y quitándola la mordaza de bola la metí la polla en la boca mientras la sujetaba por las coletas. La introduje con profundidad y después de un par de minutos me corrí llenándola la boca de esperma que salía por la comisura de los labios mezclada con babas en hilillos interminables. La situación era tan potente que me había excitado de una manera inaguantable.

—Esto va a ser muy duro papá, —dije riendo mientras mantenía la polla en el interior de la boca de mi hermana—. No me he podido aguantar.

—Tranquilo hijo, —me respondió sonriendo mientras la seguía azotando con el flagelo—. Tú hermana esta aquí para lo que queramos, ¿no? pues móntatelo cómo quieras.

—Me parece que hoy vamos a terminar con la polla inflamada, —dije mientras después de salir de su maravillosa boca la colocaba la mordaza de bola.

—Yo lo doy por seguro, —respondió papá dejando el flagelo y cogiendo un hitachi que después de conectarlo lo aplicó directamente en la vagina de Marina. No dio un salto al sentirlo porque no se podía incorporar, pero automáticamente empezó a gemir preludiando un inminente orgasmo. Papá se lo gestionó separando el vibrador cuándo estaba a punto y se lo volvía a aplicar cuándo se tranquilizaba un poco. Incluso cogió una silla y se sentó para estar más cómodo.

—¿Me sustituyes? —me preguntó unos minutos después—. Quiero que me descargue.

—Sin problemas, pero ya la dejo correrse: se lo ha ganado, —dije mientras me sentaba en la silla. Asintiendo papá se fue hacia delante y la quitó la mordaza que había provocado un charco de babas y semen debajo de ella.

—¡Por favor…! ¡Por favor…! —suplicó mi hermana, pero no pudo seguir porque papá la introdujo la polla hasta el fondo.

La seguí torturando un par de veces más y cuándo ví en la cara de papá que estaba a punto de correrse, con los dedos la retraje el capuchón del clítoris y la puse en vibrador directamente. Desde que empecé a jugar con ella, hacia ya unos meses, me di cuenta rápidamente que eso era automático. Tuvo un orgasmo tremendo que tensó sus músculos y crispó su cuerpecito mientras papá la llenaba la boca de esperma. Su cuerpo se cubrió de sudor y quedó inerte sobre el potro mientras respiraba con profundidad. Deje el Hitachi y cogiendo el flagelo empecé a azotarla el chocho. Reaccionó gritando y seguí hasta que vi que se empezaba a enrojecer más de lo conveniente. La masajeé la vagina con la mano hasta que se tranquilizó mientras papá se salía de la boca.

—Hijo, ha sido muy fuerte, —dijo papá mirando el reloj—. Y solo llevamos una hora.

—No hay prisa. ¿La dejamos descansar mientras preparamos lo siguiente? —papá asintió y empezó a liberarla las manos mientras yo hacia lo mismo con los tobillos. La cogí en brazos y suavemente la deposité bocabajo sobre la cama. Sujeté las muñequeras por la espalda mientras papá unía sus tobillos. A continuación, la atrajo hacia el y la dio agua de un botellín. A pequeños sorbos fue bebiendo mientras papá la besuqueaba.

Mientras tanto, cogí una cuerda de cáñamo de 12 cm. que había comprado y me puse a hacer un nudo corredizo de ahorcado. Papá me miraba con interés sin entender que pretendía—. Tranqui viejo, es algo que sé que a Marina la va a encantar, —al oírme, abrió los ojos y al ver el nudo de la cuerda apretó los muslos con una punzada de placer.

—Cuéntamelo.

—Cuándo intuí los gustos de mi hermana, fisgué entre sus cosas y descubrí, además de su diario secreto, unas fotos, unos selfis. Varias de ellas eran así. ¿Coges la cámara para los primeros planos?

—Pues anda que si tu madre las llega a encontrar…

—Pues te puedes imaginar, cuando las encontré no tenía ni doce años.

Mientras papá preparaba la cámara, la levanté de la cama y la situé de pies bajo el gancho del polipasto. La separé las piernas y la coloqué una barra espaciadora para que no las pudiera cerrar. Después, la coloqué el lazo en el cuello, lo ajusté y pasé la cuerda por el gancho. Lo hice subir casi hasta el techo y ya lo tenía todo preparado. Tiré suavemente del extremo de la cuerda hasta que Marina empezó a separar los talones del suelo. Aunque todo lo estaban grabando las multicámaras, papá se esmeraba en los primeros planos.

Poco a poco su cara se fue congestionando tomando un precioso tono encarnado, o al menos es lo que me parecía. Tirando de la cuerda la hacia subir y bajar, y en ocasiones se sujetaba solo con la punta de los dedos gordos. Su caja torácica se expandía trabajosamente en busca de aire, marcando sus costillas.

Cogí el flagelo y empecé a golpearla en el trasero. En ocasiones, encogía un poco las piernas y se quedaba colgada solo del cuello y eso, claramente la excitaba más. La introduje un huevo vibrador en la vagina y cuándo lo active, empezó a gemir. Vimos claramente cómo su excitación aumentaba y cuándo la llegó el orgasmo, elevó las piernas y se quedó colgada del cuello. No exhaló ningún gemido porque por la presión de la cuerda sobre su cuello no pudo. Siguió con las piernas elevadas y empezamos a alarmarnos, tanto, que solté la cuerda y la sujete por la cintura. La levanté y la llevé a la cama y después de tumbarla la quité la soga del cuello y la liberé los tobillos de la barra espaciadora.

—… —dijo mi hermana con un hilo de voz, pero no entendimos que decía.

—¿Qué dices mi amor? —preguntó papá inclinándose sobre ella después de besarla.

—Folladme por favor, —repitió Marina trabajosamente. Papá me miró y asentí: los dos teníamos la polla a reventar.

—Los dos a la vez, —dije y tirando de mi hermana la coloque bocarriba con la cabeza colgando por el borde de la cama. La metí la polla en la boca y papá la penetró por la vagina después de subirla las piernas. Marina gruñía de placer y yo veía cómo mi polla se abría paso por su garganta expandiéndola. Tuvo un par de orgasmos antes de que nosotros nos corriéramos porque tardamos. Mientras me tranquilizaba, seguí con la polla en su boca mientras papá la besaba los pies.

—Hostia puta Jaime: ha sido muy fuerte, —dijo papá mirando el reloj—. ¡Coño! ¿Has visto la hora que es? —negué con la cabeza—. Casi las dos.

—Se me ha pasado el tiempo volando: ya decía yo que tenía hambre, —me incliné hacia mi hermana y levantándola la cabeza pregunté—: ¿Tienes hambre?

—No… quiero que sigáis, —miré a papá que asintió.

—Mientras comemos algo podemos ponerla en el bastidor que compramos en Alixpres.

—¿Cómo era? —pregunté con una carcajada—. ¿El “K9 bondage Stent…” y no sé que más?

—Sí, algo así. Está en esa caja, —respondió papá riendo señalando una caja que había apoyada de la pared—. Hay que montarla. Súbete a la cocina y prepara unos bocatas mientras lo hago. ¿Te parece?

Asentí, y poniéndome un jersey subí por la escalera. Preparé un par de sándwich para cada uno y con un par de tercios regresé al sótano. Papá ya casi lo tenía montado y estaba instalando la sex machine que llevaba incorporada. Lo había colocado encima de la gran mesa de madera maciza para trabajar mejor.

—Estoy pensando que la podíamos dejar aquí encima, —dijo papá—. Así la tenemos más a la vista mientras comemos.

—Me parece bien, —dije dejando la bandeja—. Voy a traerla.

Me acerqué a la cama dónde Marina miraba interesada el trabajo de papá. La quité las muñequeras y tobilleras, e intenté cogerla en brazos pero se me adelanto y me abrazó cómo un koala y así la acerqué a la mesa. La deposite sobre ella y papá la indicó cómo debía situarse y se arrodilló. Las cámaras fijas ya estaban preparadas para gravar, cómo todo lo demás, hasta el último detalle del evento.

El dispositivo consistía en una barra extensible de acero que iba sobre el suelo. De los laterales partían dos barras que terminaban en grilletes para las muñecas y los tobillos. En la parte delantera, hacia arriba, salía otra barra que terminaba en un aro de acero para el cuello y otra un poco más adelante que permitía instalar un dildo para la boca. A la altura de la cintura, salía, también hacia arriba, otra barra que terminaba en un cinturón metálico y más atrás, en el extremo de la barra inferior, otra barra permitía instalar la sex machine.

Cuándo se arrodilló, la sujetamos los tobillos e inclinándose hacia delante la ajustamos el cinturón. Después, la colocamos el collar y la sujetamos las muñequeras.

—¿Te puedes mover cariño? —la pregunté. Mi hermana negó con la cabeza y entonces procedí a instalar el dildo delantero, de cinco centímetros de grosor, introduciéndoselo en la boca lo suficiente cómo para que no tuviera arcadas, pero no la permitía cerraba lo más mínimo—. Pues así te vas a mover menos.

Mientras tanto, papa terminó de instalar lo de atrás—. Hay que lubricarla en abundancia, —dijo y con el bote de lubricante empezó a hacerlo interiormente. Cogía una porción grande y lo introducía dentro de chocho de su hija ayudándose con los dedos. Después embadurnó el dildo de la maquina y lo introdujo ajustándolo.

—Podemos empezar, —dijo papá y acciono el interruptor. El dildo empezó a entrar y salir cuándo empezó a girar la rueda de la intensidad. La gradúo para que empezara desesperantemente despacio—. ¿lo dejamos así por ahora?

Asentí con la cabeza y nos sentamos a la mesa para comernos los sándwich, uno a cada lado de mi hermana. Con alargar un poco el brazo la teníamos al alcance. Me hizo gracia el comprobar que las tetillas la colgaban un poco: creía que no era posible. La cogí con los dedos un pezón y se lo pellizque. Marina respiraba pesadamente. Se notaba claramente que estaba inmersa en el proceso de alcanzar otro orgasmo.

—¿Te gustaría que tuviera más tetas? —pregunté a papá.

—No. Me gusta cómo está: será amor de padre, —respondió  guiñándome un ojo—. ¿Y tú?

—Me da igual. Tetona o no la seguiré queriendo igual.

—Lo que si me gustaría es ponerla un piercing en la lengua.

—Pues por mi vale, pero te recuerdo que solo tiene quince años, bueno en dos meses dieciséis.

—Tienes razón: vamos a esperar.

—Lo que si podríamos hacerla, porque sé que le gustaría, es marcarla de alguna manera, —y ante la cara de extrañeza de papa, añadí—: Lo leí en uno de sus diarios secretos.

—¿Pero marcarla de que manera?

—Para que quede constancia… física de que es de nuestra propiedad, —papa arqueo las cejas en el mismo momento en que Marina empezaba a gruñir con un orgasmo—. Lo podemos hacer de dos maneras. Una con un sello al rojo vivo y otra con un anillo y una chapa por ejemplo en uno de los labios vaginales.

—Ya lo hablaremos, —dijo papá mientras seguíamos comiendo y mi hermana gemía sin descanso—. Además, habrá que preguntarla que opina.

—Ya sabes que hará lo que la digamos. Pásame el mando, —y cuándo lo tuve subí la intensidad de golpe. El dildo empezó a entrar y salir a mucha velocidad y Marina automáticamente se corrió otra vez. Solo profería gruñidos porque con la boca ocupada no podía gemir a gusto. Después bajé nuevamente la intensidad y lo deje cómo estaba—. La gustan los imprevistos.

—Lo de la anilla en el chocho descartado: no quiero nada que me estorbe. Por cierto, he estado pensando que este verano podríamos empezar a exhibirla en público, —dijo de pronto papá levantándose para echar un poco de lubricante en la vagina de su hija.

—Yo también llevo tiempo dando vueltas a ese asunto, pero no sé, me da miedo que nos vean…

—No es problema porque lógicamente no lo haríamos en Madrid, y por supuesto en Barcelona, Valencia dónde mi empresa tiene delegaciones y me conoce mucha gente.

—¿Entonces hablas de viajar?

—Claro. Podemos hacerlo los tres juntos o por separado. Marina no se parece en nada a nosotros. Se puede hacer pasar por tu novia o por la joven amante de un viejo en mi caso.

—Por cierto, ¿estamos seguros de que mama…?

—Tranquilo que es tu hermana, —me interrumpió riendo—. Yo también me mosquee en su momento y cuándo tenía dos añitos la hice una prueba genética sin que tu madre se enterara. No hay ninguna duda de que es mi hija.

—De todas maneras me da igual: para mi siempre será mi hermana. Volviendo al tema de los viajes, me mola la idea de pasearla medio en bolas por la calle, pero claro el dinero…

—De eso no te preocupes, —me interrumpió al tiempo que accionaba la rueda de la intensidad y el dildo empezaba a entrar y salir frenético—. Lo tengo todo previsto: luego lo hablamos.

Automáticamente, mi hermana empezó a gruñir y cómo la vez anterior se corrió. Bajo la intensidad, se levantó y trajo uno de los electroestimuladores. Sacó los electrodos que terminaban en pinzas y colocó uno en cada pezón. Los conectó al aparato y empezó a subir la intensidad. Las tetillas de mi hermana empezaron a contraerse en movimientos automáticos. Marina gruñía y entonces, cogí un vibrador y se lo puse directamente en el clítoris. Su reacción fue tan fuerte que pensé que iba a volcar.

La dejamos unos minutos más hasta que llegó a otro orgasmo y decidimos darla un descanso—. Así hablamos un poco de lo que he pensado sobre vuestro futuro laboral.

La sacamos del dispositivo y en brazos papá la llevó a la cama dónde la tumbó con cuidado amoroso, mientras subí a por dos copas de whisky.

Todavía quedaba toda la tarde por delante.

jueves, 29 de febrero de 2024

Amor familiar (capitulo 4)



 

Por fin llegaron las vacaciones de semana santa. Desde hacia más de un mes, casi dos, Marina tomaba anticonceptivos y habíamos decidido que esos días serian los primeros para follarla sin látex. Papa había cogido toda la semana porque le debían muchos días y el Domingo de Ramos ya estábamos allí. El tiempo no acompañaba y las previsiones eran que la primera mitad de semana iba a haber un fuerte temporal de nieve, por eso decidimos ir antes en lugar del lunes que era cuándo lo teníamos previsto. Y acertamos, porque al día siguiente, por la tarde, el pueblo ya estaba bloqueado. No nos preocupó, porque llegamos con el coche lleno de provisiones y no teníamos previsto salir de excursión: toda la actividad iba a ser interior.

Esa primera noche no fue nada especial. Lo único fue con quien dormiría mi hermana: nos lo jugamos al parchís. La partida fue larga y disputada, pero finalmente gané yo.

—Pues antes de subiros que me descargue a mi primero, —dijo papá.

—Sin problemas, aunque debería decirte que no por haberte resistido tanto a perder.

—Sí claro, que listo, —dijo papá riendo al tiempo que le hacia una señal a su hija para que se arrodillara en el suelo. Después, se sacó la polla y se la ofreció, pero antes de dejarla chupar se la estuvo pasando por la cara. Finalmente, se la metió en la boca y mi hermana se puso las manos a la espalda—. Muy despacio mi amor.

Marina, obediente, empezó a chuparla muy despacio. En ocasiones, intentaba metérsela toda, pero no podía. Me senté en una silla para verla de lateral. La imagen que ofrecía era maravillosa. Cómo era tan pequeñita, de rodillas no apoyaba el trasero en los talones y lo dejaba un poco elevado. Me arrodillé a su lado y con la mano empecé a recorrer su espalda, pasando por el trasero hasta los pies. Regrese a su vagina y la introduje un par de dedos al tiempo que con la palma de la mano la movía en plug que llevaba en el culo. Empezó a gemir y papá la sujeto la cabeza para que no se retirara y así, con su polla en la boca se corrió al tiempo que se la llenaba de esperma.

Se quedó tirada en el suelo mientras se recuperaba—. Nada de darla por el culo que eso hay que organizarlo a parte, —dijo papá señalándome con el dedo.

—¿Qué quieres perder otra vez?


      No fue así. En una partida muy disputada celebrada después del desayuno del día siguiente, papá me derrotó con todas las de la ley.

Cómo habíamos decidido grabarlo todo en video durante esa semana, me tocó estar de cámara viendo a través de la pantalla cómo papá se calzaba por el culo a mi hermana. El consuelo que me quedaba es que a continuación iría yo, pero me cabreaba suponer que papá se tomaría su tiempo: yo haría lo mismo.


Todo lo teníamos preparado. El evento tendría lugar en el dormitorio de papá después de comer y aunque ella come muy poco, la teníamos sin comer y para desayunar solo había tomado café solo: antes de empezar la queríamos vaciar cómo habíamos visto en pelis porno. Antes de comer, habíamos estado preparando las cámaras Web que papá había traído de la oficina. Colocamos una a cada lado de la cama, otra detrás y la última fija sobre la cama, colgada de la lámpara. Todas estaban conectadas a un ordenador portátil que colocamos en la cómoda. No eran 4K, eran Full HD y para lo que queríamos hacer era más que suficiente y además gratis. Yo utilizaría una cámara de mano que también estaba conectada al ordenador por bluetooth cómo las demás. En la cama pusimos una sabana negra: nos habíamos aficionado a ese color. Mi hermana retozaba sobre la cama cómo una modelo fotográfica mientras nosotros ajustábamos las cámaras. Nos costó trabajo no saltar sobre ella y follarla sin contemplaciones.

Cuándo papá y yo terminamos de comer, preparamos a Marina. En el baño la quitamos el plug que llevaba en el culo, la aplicamos un laxante liquido y la volvimos a colocar el plug. Al rato se empezó a quejar, pero la obligamos a aguantar casi media hora más. Pasado ese tiempo, la quitamos el tapón y descargó: nos sorprendió todo lo que salió de un cuerpecito más pequeño. Estuvo sentada en el retrete un tiempo para que todo saliera y después se metió en la ducha.

Marina salió por la puerta del baño y sin más se subió a la cama. La blancura de su cuerpo resaltaba en la negrura de la sabana.

Papá la quería inmóvil y por eso la dio la vuelta, la cruzo los brazos por detrás, paralelos y los sujetó con cinta de embalar. A continuación, la ató una cuerda a cada brazo y la dio la vuelta. Marina permanecía con los ojos cerrados, saboreando el momento. La flexionó la piernas sujetándolas con las cuerdas de lo brazos dejándola totalmente expuesta con el plug reinando esplendoroso. Su maravillosa vagina se mostraba abierta, tentadora, pero no iba a ser el plato principal. Mientras yo recorría su cuerpo con la cámara, papá cogió el tubo de lubricante y con mucha parsimonia se empezó a untar la polla: creo que no va a haber preliminares. Papá tenía la polla que podía reventar en cualquier momento y mientras seguía extendiendo el lubricante con la izquierda, con la derecha empezó a lubricarla a ella que inmediatamente reaccionó gimiendo de placer. Con un par de dedos introdujo el lubricante dentro de su ano en una operación que repitió varias veces. Marina estaba cómo loca. Seguramente el estar inmovilizada acrecentaba su placer porque la veía forcejear mientras con la cámara captaba el primer plano de su precioso rostro con la boca entreabierta, mostrando sus blancas paletitas y exhalando gemidos.

Papá colocó la punta de la polla en la entrada del conducto anal y empezó a presionar con suavidad. Cuándo el glande pasó salvando la estrechez de la entrada, mi hermana profirió una especie de grito, pero no sabría decir si de dolor, de placer o seguramente de las dos cosas. Papá siguió insistiendo y poco a poco su gruesa polla fue entrando y cuándo ya tuvo la mitad metida, se inclinó y pasando los brazos por debajo de ella la abrazó. Encogió un poco el cuerpo para poder morrearla mientras empezaba a apretarla.

Había gravado toda la escena de la penetración desde arriba y ahora me había situado detrás y la polla de papá entrando en el ano de mi hermana ocupaba todo el plano. La deje fija y ajuste una de las cámaras laterales para que enfocara directamente la cara de Marina que a pesar de los morreos de mi padre no dejaba de chillar encadenando orgasmos continuamente. La estaba follando con mucha calma y mi hermana estaba cómo loca. Finalmente, papá empezó a gruñir y se corrió mientras la metía toda la polla con sacudidas eléctricas. Después, durante unos minutos la estuvo besando mientras Marina se había quedado cómo en trance y pequeños espasmos sacudían su cuerpo.

Finalmente, papá se separó de ella y se sentó en el sillón que hacia las veces de descalzadota mientras yo le daba un vaso de whisky.

—¿La dejamos descansar unos minutos? —preguntó papá.

—Sí, mejor. Tomate el whisky tranquilo, —respondí mientras desataba las piernas de Marina: tenía pensado follarla en otra postura. Para que no se “enfriara”, la introduje en la vagina un huevo vibrador de silicona que podía controlar desde el teléfono móvil. Lo puse al máximo y la reacción de mi hermana fue instantánea empezando a mover las piernas buscando un aumento del placer que estaba recibiendo.

Me serví un chupito de whisky que bebí de un trago y le hice una indicación a papá que asintiendo se levantó del sillón y cogió la cámara.

Coloqué a Marina bocabajo en el centro de la cama y la separé las piernas. La cogí por las caderas e hice que levantara el trasero para poder lubricarlo mejor. Me unté la polla y a continuación, cómo papá, moje los dedos en lubricante y se los metí en el ano. Estaba muy dilatado: los plug y sobre todo papá, ya habían hecho el trabajo. Durante unos instantes estuve metiendo y sacando los dedos y Marina reaccionó gimiendo de placer. Me sujeté la polla y coloque el glande en la entrada y presioné enérgicamente hasta que noté que pasaba. Mi hermano profirió una ligera ¿queja? No lo aseguraría. Antes de introducirla en su totalidad, la incorporé hasta que sus brazos cruzados y su espalda estuvieron en contacto con mi pecho. Sitúe mis manos sobre sus casi inexistentes tetas y empecé a presionar hasta que noté el contacto de su trasero. Empecé a culearla lentamente, igual que mi padre con mucha parsimonia, mientras ella seguía gritando de placer. Papá colocó la cámara trasera justo debajo de nosotros y se subió a la cama para sacar un primer plano del maravilloso rostro de su hija. Bajé la mano izquierda hasta su vagina y empecé a pellizcarla el clítoris que lo tenía muy inflamado. Cuándo la ocurre, sobresale un poco del capuchón. La reacción de mi hermana fue instantánea y alcanzó un orgasmo tremendo.

—¡Abre los ojos y mira a la cámara! —la ordené gritando y me obedeció instantáneamente. Papá pudo grabar ese orgasmo y cómo los ojos casi se la ponían en blanco.

—Maravillosa, maravillosa, —no hacia más que repetir papa. Como si estuviera gravando a una actriz profesional y no a una cría de quince años.

Seguí apretándola lentamente hasta que finalmente, agarrándola otra vez el clítoris me corrí mientras Marina chillaba con otro orgasmo. Sentía perfectamente cómo su ano abrazaba y apretaba mi polla y cómo se contraía con el orgasmo. Permanecí unos minutos con mi flácida polla en su interior mientras la besuqueaba el cuello y girándola el cuello, la boca.

—Espera, que quiero grabar cómo se la sacas, —me dijo papá saltando de la cama y colocándose junto a nosotros. La incliné hacia delante hasta que su rostro tocó la cama y entonces la extraje lentamente. Papá siguió con un primer plano del ano y la vagina de Marina—. Marina, échalo fuera.

Le obedeció y un líquido blanco empezó a salir de su ano. Fue retirándose hacia atrás y entonces la empuje con el pie para que se tumbara totalmente en la cama. Sin soltar la cámara, rodeó la cama y subiéndose a la cama de rodillas, agarró a su hija por el pelo y la obligó a abrir la boca y chuparle la polla mientras la seguía grabando. Cuándo se fue a correr, se la sacó de la boca y la llenó la cara con su esperma, aunque no fue muy abundante por razones obvias. La dejó tumbarse bocarriba y estuvo recorriendo con la cámara todo su cuerpo empezando por su sucio rostro y bajando lentamente, primero hasta su zona vaginal, yo la había separado las piernas para facilitar la imagen, y luego terminando en sus pies.

Así dimos por concluida la grabación.

Mientras preparaba dos vasos de whisky, papa limpió la cara de su hija y la desató los brazos. Después, nos sentamos en la cama con la espalda apoyada en el cabecero con Marina a nuestros pies.

—¿Has visto la hora que es? —dijo papá enseñándome el reloj.

—¿Las ocho? ¡Joder! Se me ha pasado la tarde volando.

—Y a mi, —dijo papá atrayendo a su hija y colocándola entre los dos. La cogí la mano y empecé besársela—. ¿Tenéis hambre? —los dos asentimos—. ¿Qué quiere cenar mi nena preciosa?

—Marisco.

—Pues marisco, —y mirándome añadió riendo—: esta ha visto la caja de langostinos.

—Eso parece, —respondí rodeándola con el brazo el cuello y achuchándola mientras mi hermana chillaba riendo.

—Los cocidos están todavía congelados, pero los frescos si los podemos hacer a la plancha.

—Pues no se hable más, —dije levantándome. Me puse los pantalones de chándal y una camiseta y bajé a la cocina. Papá me siguió después de vestirse mientras Marina se metía en la ducha.

—Podríamos hacer también la pata de pulpo que hemos traído al vacío: la podemos hacer también a la plancha, —dijo papá.

—Y abrimos el salmón ahumado que me apetece, —añadí.

—Perfecto, ¿un vino verdejo? —asentí y papá bajó al sótano dónde teníamos el botellero—. Se nos ha olvidado conectar la calefacción del sótano y hace un frío de cojones y una humedad de la hostia, —dijo papá cuándo subió con la botella y la metía en el congelador.

—Es verdad ¡joder! ¿cómo lo ves?

—Que seria mejor no utilizarlo en un par de días: principalmente por la humedad.

—Vale, pero eso hay que solucionarlo porque un finde no podemos esperar tanto tiempo.

—Sí, está claro: podemos aislar la zona de juegos del resto del sótano con un tabique.

—De acuerdo, pero si viene un albañil y ve lo que hay abajo…

—Lo hacemos nosotros, —y ante la cara de perplejidad que puse añadió riendo—: que si hombre, que no se trata de construir una casa. Cuándo era joven, mientras estudiaba la carrera, estuve trabajando en la construcción. En Los Molinos hay un almacén y si están abiertas las carreteras, enganchamos el remolque y en un par de viajes lo traemos todo.

—La verdad es que hay que utilizar lo de ahí abajo porque Marina ha estado chillando a todo pulmón: menos mal que con el temporal no creo que hubiera nadie escuchando.

—Ya me di cuenta. Entonces que ¿lo hacemos? —asentí con la cabeza—: Genial.

Terminamos de preparar la cena y cuándo Marina bajó cenamos. Después estuvimos charlando sobre los preparativos de albañilería y nos fuimos a la cama los tres juntos. Estuvimos jugando con ella un par de horas hasta que finalmente nos quedamos dormidos.


 

No fueron dos viajes, fueron cuatro, pero finalmente lo llevamos todo a casa, incluida la puerta. Esa misma tarde papá se puso a trabajar mientras mi hermana y yo bajábamos los materiales al garaje para evitar que se mojaran con la nevada.

Al final de la tarde papá ya había subido casi un metro el muro con unos ladrillos muy grandes que yo no había visto en mi vida.

Al día siguiente, cuándo abrí los ojos, mi padre no estaba en la cama, solo mi hermana. Miré la hora del móvil y vi que eran las nueve y cuarto. Después de terminar de despertarme, aproveché mi erección matinal y atrayendo a mi Marina la coloqué sobre mí y la penetré. Abrió los ojos y me miró unos segundos con sus preciosos ojos y cerrándolos empezó a mover la cadera. No hice nada: todo lo hizo ella. Empezó a jadear, a gemir y al poco tiempo llegó al orgasmo un poco antes que yo.

—¿A qué hora se ha levantado papá? —la pregunté mientras se recuperaba mientras la mantenía penetrada. Giró la cabeza hacia el otro lado de la cama y al ver que no estaba se encogió de hombros, se bajó de mí y se metió en el baño. Yo también lo hice y nos duchamos antes de bajar a la cocina.

Papá no estaba, pero por la escalera del sótano le oíamos trabajar. Bajamos y nos quedamos sorprendidos cuándo vimos que el muro estaba caso terminado.

—¡Ahí va! Ya casi está terminado papi, —dijo mi hermana abrazándole.

—No mi amor, —la respondió achuchándola—. Hay que poner el aislante y levantar otro paño, pero eso irá más rápido.

—¿Has desayunado?

—Sí, me he tomado un café hace un rato. He pensado que si ha dejado de nevar podríamos encender la barbacoa para comer, —dijo papá.

—Ahora mismo no nieva, —dije mirando la aplicación del móvil—. Parece que lo peor ya ha pasado. Mañana ya dan sol, pero a cero grados.

—Podríamos aprovechar y dar un paseo por la mañana, por arriba, —propuso papá.

—Sí, sí, por Cotos, —dijo mi hermana entusiasmada.

—Pues ya está: por Cotos, —dijo papá—. Así dejamos que todo esto se seque y el viernes lo estrenamos, —y mirándome preguntó—: ¿te parece bien?

—Perfecto, —respondí—. Pero el viernes desde primera hora: tengo unas ganas terribles de empezar.

—Y yo, —dijo mi hermana, y haciéndose la chula añadió—: espero que los dos deis la talla.

—¡Será posible la niñata!

—Pues vete preparando que ese día te vas a cagas, por lista.


miércoles, 21 de febrero de 2024

Amor familiar (capitulo 3)



 

Habían pasado seis o siete meses desde que mi hermana y yo habíamos empezado nuestra secreta relación y solo en tres ocasiones más pudimos ir a la casa de la sierra. Mientras tanto, teníamos relaciones furtivas intentando esquivar a mi madre que estaba especialmente pesada y desconfiada: a Marina la traía por la calle de la amargura.

Llegaron las Navidades y mis padres asistieron a las habituales comidas de empresa. Primero papá y un par de días después mama.

El teléfono fijo empezó a sonar y me despertó. Miré la hora en el móvil y ví que eran las tres de la madrugada. Me levanté de un salto y cuándo bajé al salón seguido de Marina, papá ya estaba descolgando.

—¿Dígame?

—»¿Es el domicilio de Matilde Guzmán?«

—Sí, sí, ¿qué ocurre?

—»Ha habido un accidente y esta en el hospital. ¿Es usted su marido?«

—Sí, sí, soy yo, pero ¿ella esta bien? —respondió papá mientras por la escalera bajaba Marina.

—»Seria necesario que venga al hospital lo antes posible: esta en la urgencia«

—De acuerdo voy para allá, ¿pero esta bien?

—»No puedo darle esa información por teléfono: lo siento«

—Vale, voy para allá.

—¿Quieres que vaya contigo? —le pregunté a papá.

—No, no. Cuándo llegue al hospital os llamo y os cuento.

—Pero a mí no me despertéis, —dijo Marina con total indiferencia volviendo a subir por la escalera—. Ya me contaréis por la mañana.

Papá y yo nos miramos, arqueamos las cejas y después de despedirnos, se fue al hospital.

Al día siguiente, por la tarde, se instaló la capilla ardiente en el tanatorio. Mi padre se enteró de la muerte de mi madre cuándo llegó al hospital: le explicaron que por teléfono no informaban de los fallecimientos. Al parecer regresaba de la cena de navidad en compañía de un compañero de trabajo, que era el que conducía, cuándo se empotraron contra un camión de la basura que estaba trabajando. Los dos murieron en el acto.

Mi hermana solo fue al día siguiente por la mañana cuándo iba a salir el cortejo. Se presentó de negro riguroso, de un negro cinematográfico. Recibió las condolencias de los familiares y amigos representando a la perfección su papel de hija afligida y desconsolada detrás de sus negras gafas de sol.

—Tenemos que hablar del tema de la lápida del nicho, —dijo papá cuándo llegamos a casa.

—A mí no me preguntéis que me da igual: decidid vosotros, —dijo mi hermana y subió a su habitación.


 

Una nueva rutina se implantó en nuestra vida con la desaparición de mi madre. Teníamos más libertad para nuestras cosas porque mi padre seguía trabajando mucho.

Un fin de semana, tres meses después, papá nos sorprendió porque ese sábado no fue a trabajar. La verdad es que nos trastocó un poco los planes, pero nos alegramos por él. Se levantó tarde, se puso las cosas de correr y se fue a trotar por los alrededores.

Cuándo regresó, pedimos algo a un japonés y cuándo terminamos y lo recogimos todo, se sentó en el sillón. Yo lo hice a su lado, en el sofá.

—¿Quieres una copa papá? —preguntó Marina. Había subido a su habitación y apareció descalza con un diminuto tanga y una camiseta larga de tirantes que la tapaba escasamente el trasero, pero que cuándo se movía un poco se lo dejaba al aire además de que se le caía la tiranta.

—Sí, gracias hija, —la contestó con una sonrisa. La siguió con la mirada hasta el mueble bar y cómo hipnotizado la miraba el trasero mientras llenaba la copa de coñac.

—¿Quieres otra? —me preguntó cuándo se la trajo a papá. Afirmé con la cabeza y se dio la vuelta y regresó al bar.

—Esta buena, —afirmé mirando a papá que no podía apartar la vista del trasero de mi hermana. Papá me miró con cierto gesto reprobatorio—. Venga papá, no me jodas.

—¡Joder! Que es tu hermana.

—¿Y qué? Eso no la hace fea.

—Vale Jaime, sí, está buena, —concedió por fin papá en un susurro. Marina regresó con mi copa, me la entregó y se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas, frente a los dos.

—¿Te has fijado en su boca? —pregunté para incomodarle—. No me digas que no te gustaría…

—Pero ¿qué dices? —me interrumpió mirando de reojo a Marina que asistía a la conversación atentamente, pero sin hacer el más mínimo gesto.

—¿Quieres verla desnuda?

—Ya la he visto desnuda, —se defendió papá.

—Pero no en estos años, —hice una indicación a mi hermana que rápidamente de puso de rodillas y se sacó la camiseta por arriba. Después, se sentó en el suelo y se bajo el casi inexistente tanga, sacándoselo por los pies. Con la mano la indique que se levantara y con un movimiento circular de la mano la indiqué que se girara. Papá la miraba embobado sobre todo cuándo la vio el trasero—. ¿La habías visto así antes?

Papá negó con la cabeza mientras veía cómo Marina se sentaba en el suelo otra vez—. No entiendo que pretendes.

—Muy sencillo papá, que lo pases con ella muy bien… igual que lo paso yo… e igual que lo pasa ella.

—¿Esto es una broma?

—De broma nada papá, ¿quieres que te lo demuestre? —y sin esperar respuesta, me bajé el pantalón y saque la polla—. Vamos cariño, cómo tú sabes.

Automáticamente, Marina se incorporó y de rodillas avanzó hacia mi colocándose entre mis piernas. Me cogió la polla e inclinándose se la llevó a la boca. Empezó a chupar mientras la sujetaba con la mano. Me incliné un poco y la dí un fuerte azote en el trasero.

—¡Las manos a la espalda! —la dije e inmediatamente me obedeció. Después, mirando a papá añadí—: en ocasiones hay que corregirla.

Papá, incrédulo, miraba alternativamente cómo su hija se tragaba la polla de su hermano, y a su trasero. Inclinándome un poco, se lo acaricie. Se veía nítida la palma de mi mano impreso en su blanco trasero. La separé las nalgas mostrándole su zona vaginal y anal. Finalmente, papá alargó la mano y la acarició el trasero justo dónde la había dado el azote. Un prominente bulto se notaba en la entrepierna. Entonces, la agarré la cabeza y me corrí en su boca. Cuándo me tranquilice, papá seguía mudo, pero sin apartar la vista de mi hermana: estaba cómo hipnotizado.

Con una indicación de la mano, la dije que se ocupara de papá. Rápidamente, avanzó de rodillas y se colocó entre sus piernas y empezó a bajarle el pantalón.

—No me vas a durar nada papi, —le dijo con una sonrisa mientras le agarraba la polla. Se inclinó, se la metió en la boca y empezó a chupar mientras se ponía las manos a la espalda. Y no la duró. A los pocos segundos, papá empezó a gruñir mientras la sujetaba la cabeza y se corrió. Cuándo lo tenía todo en la boca, Marina se la enseñó llena de semen y después se lo tragó. Papá flipaba—. Te lo dije papi.

—Bueno, dí algo, —le dije a papá.

—No sé qué decir.

—¿Te la ha chupado bien?

—Ya lo creo.

—Pues a mí también, y por eso hay que premiarla, —le dije y llamando a mi hermana la tumbé sobre mis piernas. La agarré con fuerza de la coleta y empecé a azotarla el trasero. La daba tandas de diez y la metía los dedos en el chocho. Marina chillaba de placer y dolor.

—La duele, pero la gusta, —afirmó papá.      

—Así es papá. ¿Quieres “premiarla” tú? —afirmó con la cabeza y Marina pasó de mis piernas a las suyas y papá empezó a azotarla. Siguió encadenando orgasmos y papá no paraba de sorprenderse.

—¿Tiene algún límite? —preguntó finalmente cuándo paró de azotarla y la acariciaba el trasero. Claramente se le veía más animado.

—Eso es algo que ahora ya podemos descubrir. Ya sabes que mama la tenía muy agobiada, y claro, había cosas, muchas cosas que no podíamos hacer, pero ahora…

—Entiendo.

—Mira papá, ella necesita unas “atenciones” que nosotros podemos proporcionarla, que ella quiere que se los proporcionemos y que para nosotros es un chollo. Sabes perfectamente que a Marina no le gusta el contacto con la gente, —papá afirmó con la cabeza— y que cuándo lo hacia es porque mama la obligaba.

—Ya, pero no vamos a estar…

—¿Y por qué no? Es ella la que quiere que sea así. No la estamos encadenando a la cama… aunque sin duda la gustaría. Mira papá, sabes perfectamente que adoro a mi hermana y no veo mayor muestra de amor que follármela y proporcionarla el placer que ella necesita y que además quiere que la proporcione. Contigo pasa igual. Yo al menos lo veo así.

Papá la incorporó y sentándola en el regazo la abrazó con cariño mientras la besuqueaba el cuello. Después me miró y dijo—: ¿Y ahora que?

—Tenemos que decidir que vamos a hacer y cómo nos lo vamos a montar. Hay que adiestrarla a nuestro gusto, porque sí, es multiorgásmica, es masoquista, es sumisa, pero hay que trabajarla. Esta el tema del culo: hay que dilatarla para que la podamos follar por ahí. Tal vez habría que hacer una lista de obligaciones que debe cumplir. También esta el tema de con quien va a dormir: hacer turnos. El tema de los anticonceptivos. Son muchas las cosas que tenemos que hablar.

—Vale, de acuerdo. Mañana nos sentamos con tranquilidad y lo hablamos todo, —dijo papá levantándose del sillón con Marina en brazos. La verdad es que me impresionó verle hacerlo. Demostró una forma física importante. Más tarde me dijo que las horas que estaba fuera de casa, parte las pasaba en el gimnasio y parte trabajando—. Ahora tengo muchas cosas que hacer con tu hermana.

Subió por la escalera con ella en brazos y yo les seguí. Mientras papa entraba en su dormitorio, entré en el mío y salí con la bolsa de los juguetes y una caja de condones—. Toma papá, esto te vendrá bien. Juguetes hay pocos, pero ahora podremos solucionar eso.

—Gracias hijo, —y cerró la puerta.


 

Exactamente no sé que harían en la habitación, porque no estuve presente, pero me lo imagino. De todas maneras desde que se cerró la puerta, mi hermana estuvo chillando y gritando toda la tarde. Puedo asegurar que no lo pasó mal y supongo que mi padre tampoco.

Después de cuatro horas encerrado con ella, por fin, papá salió de la habitación y se asomó a la mía.

—¿Quieres que pidamos algo para cenar? —me preguntó.

—Podemos ir al centro comercial, —le dije.

—La verdad es que no se si tu hermana…

—Marina hará lo que la digamos, —dije levantándome del sillón del ordenador. Salí de la habitación y me asome al dormitorio de papá. Mi hermana, desnuda y despatarrada, seguía sobre la cama cómo muerta.

—¿Es normal que se quede así? —preguntó papá que todavía no conocía a mi hermana, en ese aspecto.

—Sí, los orgasmos la agotan mucho. Tranquilo, es normal.

—Entonces ¿nos vamos a cenar por ahí?

—Sí, sí, pero primero me tiene que descargar que llevo toda la tarde oyéndoos, —le dije mientras me acercaba a la cama. La di la vuelta dejándola bocabajo y tiré de ella hasta el borde de la cama. La metí la polla en la boca y unos minutos después me corrí. Después, la dí un par de azotes en el trasero y la ordené—: ¡vamos Marina! Dúchate y vístete que nos vamos a cenar fuera.

Mi hermana se arrastró hasta el borde de la cama y después de levantarse penosamente se metió en el baño.

—Esta noche me la quedo yo ¿te parece? —le dije a papá.

—Sin problemas hijo. Si la meto en mi cama también esta noche, mañana me tenéis que llevar a urgencias.

Cuándo regresamos de cenar nos fuimos a la cama. Estuve cómo una hora jugando con mi hermana y finalmente la deje dormir.


 

Sobre las diez de la mañana, con el ordenador portátil bajo el brazo, bajé a la cocina. Papá estaba con la tablet tomando café.

—Buenos días papá.

—Buenos días hijo. ¿Quieres un par de huevos?

—Revueltos por favor.

—Te has levantado tarde, —dijo papá que se había levantado y se había acercado a la vitro.

—Llevo un rato despierto, —le contesté abriendo el ordenador—. He estado trabajando en los… “protocolos” Marina: ya me entiendes.

—Perfecto. Hay que hablar de todo eso porque Marina es menor y nos podemos meter en un lío muy gordo si se descubre.

—Solo lo sabemos nosotros tres, mientras no salga de está casa

—¿Y tu hermana?

—Ya se ha levantado. Se esta duchando. Ella no va a decir nada: se lo puedes preguntar.

—Para los “protocolos” ¿hay que contar con ella? —preguntó papá que ya estaba liado con los huevos.

—Para nada: Marina obedecerá todo lo que la digamos.

—Hijo, todavía estoy flipando con todo esto.

—Pues cómo flipé yo al principio.

—Cuándo empezasteis.

—Unos meses antes de que muriera mamá.

—Buenos días hija, —dijo papá viendo cómo Marina entraba en la cocina mientras vaciaba la sartén en un plato y me lo ponía delante—. ¿Te preparo unos huevos revueltos?

—Pero solo uno, —respondió dándole un beso a papá. Después me lo dio a mi y desnuda cómo estaba se subió a la mesa y se sentó con las piernas cruzadas. Papá abrió el frigorífico y sacó un brik de zumo de naranja y llenó dos vasos—. ¿Me das un plátano papi?

—Claro hija, —la dio el plátano y después la sirvió el huevo revuelto.

—Mira papá, esto es lo que he preparado, —le dije girando el ordenador en su dirección. Él se sentó con su café y empezó a leer mientras yo rodeaba la cintura de marina con el brazo.—. Básicamente, todo se reduce a que Marina va a estar siempre a nuestra disposición para todo lo que queramos: cuándo queramos, lo que queramos y cuantas veces queramos. La negativa no es una opción.

—Esto que pones aquí sobre fumar…

—Ya sé que no fuma, pero quiero prevenir que algún día lo haga. Lo mismo pasa con el alcohol: casi no bebe.

—Un asunto que me gustaría comentar es la cuestión de que este siempre desnuda. Es que soy un poco fetichista y preferiría que estuviera con transparencias, tacones altos, ya me entiendes.

—A mí lo que no me gusta son los corsés y las medias, —le dije.

—Muy bien, nada de medias y corsés. Que unas veces este desnuda y otras con vestidos transparentes, cortos o largos. ¿Te parece bien?

—Muy bien, pero los zapatos abiertos.

—Conforme. A mí también me gusta ver los pies de las mujeres, —admitió papá—. De todo lo demás conforme.

—De acuerdo, luego lo retoco y lo imprimo para que lo firme, —y al ver la cara de extrañeza de papá añadí—: ya sé que no es necesario, pero así se siente más vinculada y a mi me mola.

—Pues entonces ya esta.

—¿Hacemos el pedido de juguetes? —pregunté.

—Sí, sí, que eso es importante, pero en fin, pedimos de todo: no te cortes.

—De acuerdo pero elige tu lo de la ropa y los zapatos.

—Ni te molestes papi, —dijo mi hermana que hasta ese momento había permanecido en silencio.

—¿Por qué lo dices mi amor? —preguntó papá.

—Por qué mi talla de ropa es 14 años y no creo que encuentres ahí ropa transparente y sexi para esa edad y con los zapatos te puedes imaginar: un 32.

—¡Joder! —exclamé. Mi brazo derecho seguía rodeando su cintura mientras la mano izquierda la acariciaba la pierna. La besé el brazo al tiempo que la olía. Para mí es cómo un afrodisíaco: la huelo y se me pone dura.

—Los zapatos no me preocupan porque conozco a un tío que los hace artesanales, —dijo papá y viendo lo que hacia, añadió—: ya veo que también te gusta cómo huele.

—Me encanta.

—Con la ropa, pedid tallas XS y ya miró yo de arreglarlo. La maquina de coser de la abuela está en el desván, y… —dijo mi hermana mientras metía mi mano y empezaba a acariciarla el chocho. Automáticamente, arqueó la espalda y no pudo seguir hablando porque empezó a respirar profundo. Papá se levantó y rodeando la mesa la cogió de los hombros y con suavidad la tumbo sobre la mesa mientras yo seguía estimulándola la vagina. Papá empezó a besarla en la boca y cuándo llegó el primer orgasmo siguió aspirando sus gemidos. Después la giró la cabeza, se sacó la polla y se la metió en la boca. Cuándo papá se corrió, ya había alcanzado un par de orgasmos más. Después, dejamos a Marina despatarrada sobre la mesa mientras se recuperaba y nosotros seguimos organizándola la vida.

Rápidamente llegamos a un acuerdo en cuánto a horarios. Marina dormiría con papá entre semana porque se levantaba a las seis y media y ya la echaba el primer polvo de la mañana. Una hora después me levantaba yo y lo primero que hacia era ir a la cama de papá y follarla también. Después, los dos salíamos de casa. Yo hacia la universidad y ella al instituto. Cuándo regresábamos, y siempre que mi hermana no tuviera que preparar algo de los estudios, yo ya empezaba a jugar con ella. Cuándo llegaba papá se unía a los juegos. Las noches de los fines de semana y festivos eran exclusivos para mí.

Cuándo recibimos los juguetes, lo primero que hicimos fue ponerla un dilatador en el culo. Habíamos decidido que en semana santa nos íbamos a ir al pueblo y que allí la empezaríamos a penetrar, por separado y juntos. Estábamos deseando hacerla una doble penetración vaginal y anal.

Papá ya no trabajaba tanto: ahora tenía un aliciente para regresar a casa. En un par de ocasiones antes de Semana Santa fuimos al pueblo a preparar el sótano, entre otras cosas. Nuestra idea era convertirlo en una especie de sala de sado familiar, un espacio intimo y discreto dónde Marina pudiera gritar a pleno pulmón, no cómo ahora que se cortaba, y la amordazábamos por culpa de los vecinos, cuándo la aplicábamos más castigo de lo recomendable en esa situación.

Después de limpiar el sótano de todo tipo de “mierdas” que se habían ido acumulando durante años, pintamos las paredes y el techo de negro, enmoquetamos el suelo también del mismo color: queríamos que el blanco cuerpo de Marina resaltara lo más posible. También colocamos tres radiadores porque el sótano era muy frío, una cama grande de 150 cm, una mesa de masaje y un antiguo potro de gimnasia que encontramos a buen precio en wallapop y al que colocamos unas argollas en las patas de madera. En una de las vigas del techo, en el centro de la estancia, instalamos una polea eléctrica, que entonces me enteré que se llama polipasto. Marina, que asistía y ayudaba en todos los preparativos, estaba tremendamente excitada, si eso fuera posible.

—¿De ahí me vais a colgar? —preguntó tocándose el chochito mientras veía cómo instalábamos el polipasto.

—Sí mi amor, —respondió papá—. ¿Te gusta?

—¿De las manos? —volvió a preguntar después de responder a papá afirmativamente con la cabeza.

—Y de los pies, —intervine yo—. ¿Qué opinas?

Marina se limitó a encogerse de hombros mientras seguía acariciándose su precioso chochito.

—No queremos que te toques, —dijo papá.

—¡Jo papá!

—Ya has oído a papá Marina.

—Pero es que…

—No te preocupes que lo soluciono yo, —dijo papá acercándose a ella con un rollo de cinta de embalar de la mano. La cruzó los brazos por la espalda y se los sujetó con la cinta: la muñeca de un brazo con el codo contrario. Seguidamente, desde atrás, la puso las manos en sus casi inexistentes tetas mientras las restregaba el paquete contra el trasero.

—Seria mejor terminar con esto papá, —le dije riendo.

—Tienes razón hijo, pero es que esta me pone a cien, —dijo papá separándose de ella y cogiéndola del brazo la llevó a la cama y la dejó tumbada sobre ella. 

Mientras terminábamos de instalarlo todo, mi hermana retozaba en la cama sin poder usar las manos. Intentaba estimularse frotándose los muslos e intentaba incitarnos mostrándonos su abierta vagina.

—Venga papá que estás deseando, —le dije cuándo solo faltaba abrir las cajas de los juguetes. También habíamos comprado en wallapop un carrito camarera con ruedas grandes y cajones para ponerlos y moverlos por el sótano. También habíamos comprado un equipo de electroestimulación que los terminales terminaban en pinzas.

—¿Tanto se me nota?

—Se nota que te cagas, pero que te la chupe que mientras voy a ir probando algo de esto, —le dije señalando los juguetes que habíamos pedido por Internet para equipar nuestra nueva sala de juegos.

Papá se sentó en la cama y ayudó a Marina a bajar al suelo. Después, la hizo arrodillarse entre sus piernas y cogiéndola la cabeza la inclinó lentamente la cabeza metiéndola la polla en la boca. Hay que aclarar que esta acción no es necesaria porque a mi hermana no hay que animarla, y mucho menos obligarla, pero es que a mi padre le encanta hacerlo así… y que cojones, a mí también.

Me sitúe detrás de ella y empecé a introducirla los vibradores que habíamos comprado, de los de menor talla a los más grandes. Mi hermana empezó a gemir rápidamente y los orgasmos llegaron casi con la misma velocidad. Papá la mantenía sujeta para que no se sacara su polla de la boca y cuándo se corrió, no salió de ella, la mantuvo penetrada mientras los restos de semen y babas salían por la comisura de la boca de Marina. Lógicamente, el pene de papá perdió consistencia, pero al rato ya estaba otra vez firme. Después Mi hermana nos confeso que la encanta notar cómo nuestras pollas crecen en su boca. Una hora después cambiamos posiciones y a la hora de la comida nos fuimos a un restaurante de la carretera camino a casa.

Desde allí a casa, Marina fue dormitando en el asiento de atrás.